El dolorido paisaje urbano de Madrid conserva, todavía, un disperso
bosque de hitos cuyo porte orgulloso recuerda que la ciudad fue también,
además de Villa y Corte, capital industrial durante más de un siglo.
Pero su presencia se desvanece por la presión inmobiliaria y, salvo
excepciones, por desidia oficial. Se trata de husos troncocónicos
tubulares de entre 20 y 60 metros de altura, en ladrillo cocido
anaranjado, de base circular y fuste de diámetro menguante.
En los rebordes de sus remates cabe observar aún restos tiznados que
recuerdan su hoy amortizada función. Son las chimeneas industriales que
comenzaron a proliferar por Madrid en torno a 1840, cuando se inició la
generalización del empleo de vapor como tecnología prioritaria adosada
al uso del carbón, señaladamente para la fabricación, aquí, de
cerámicas, porcelanas y textiles.
"Su dispersión por el mapa de la ciudad obedeció a la autonomía que
otorgaba a los procesos industriales su emancipación de la energía
hidráulica, que anteriormente había aproximado las fábricas a los cursos
de agua", explica Mercedes López. Desde la cátedra de Ordenación
Territorial, Urbana y Medioambiental de la Escuela Técnica Superior de
Ingenieros de Caminos, inventaría para la Comunidad de Madrid el
patrimonio arqueológico industrial de la región.
Las grandes chimeneas fueron construidas por maestros de obras con un
oficio impecable, envidiable aún por la resistencia que han mostrado
frente a la erosión del tiempo, la lluvia y los elementos. Hasta mediado
el siglo XX, lanzaron a la atmósfera madrileña gases de combustiones
industriales. Mediante algo similar al llamado en Física efecto Venturi,
los gases comprimidos por la reducción del diámetro de las chimeneas
ascienden hasta una capa de aire caliente que sube con el decurso del
día desde el suelo hacia la atmósfera. Cuando rebasa determinada altura,
la capa se estabiliza y los gases que acceden desde debajo de aquélla
no pueden traspasar esa capa, llamada de inversión térmica, y los gases
de la combustión en forma de vapores se expanden.
Al amparo de esas torres urbanas trabajaron miles de obreros y
obreras en Madrid hasta que la llegada del petróleo y del gas natural a
los principales procesos industriales las condenó definitivamente a la
obsolescencia mediado el siglo XX. Sin embargo, quedaron enhiestos sus
fustes tubulares por zonas tan distintas de Madrid como Moncloa,
Pacífico, Delicias o el Campo del Gas; precisamente, en la calle del
Gasómetro, sobre el parque del Rastro, se alza una de las chimeneas más
vistosas de Madrid. Con una estatura de 60 metros y una rosca en su
remate, el diámetro en su base -rodeada por un foso circular con agua-
alcanza unos ocho metros, que menguan hasta un metro en la embocadura.
Las chimeneas eran de dos clases: calderas, que calentaban líquidos, y
hornos, para los sólidos o metales. El horno más llamativo es el que
muestra su panza, de unos 10 metros de diámetro, en las inmediaciones de
la Rosaleda del parque del Oeste, junto a la calle de Francisco y
Jacinto Alcántara. Perteneció, como la contigua chimenea enladrillada, a
la Real Fábrica de Cerámica de La Moncloa y hoy se halla en un ámbito
que ocupa la Policía Municipal. Otra chimenea de gran vistosidad se alza
en San Cristóbal de los Ángeles.
La memoria de la ciudad da cuenta de la existencia de otros hornos en
las inmediaciones del monumento al Ángel Caído, en el parque del
Retiro, donde se alzó hasta 1810 la Real Fábrica de Porcelanas. Fue
destruida durante los últimos combates de la guerra de la Independencia.
"Las chimeneas madrileñas no gozan de protección genérica, pero
algunas de ellas se hallan guarecidas por el Plan General de Ordenación
Urbana", según expertos municipales. La Concejalía de Las Artes dice que
estas chimeneas son competencia de la de Urbanismo. Sea de quien sea su
custodia, poco a poco van desapareciendo del paisaje madrileño junto
con la memoria de un vigoroso pasado industrial.
Para Eusebi Casanelles, ingeniero y pionero en Barcelona de la
Arqueología Industrial, las chimeneas en Cataluña, en su mayoría "están
catalogadas y protegidas como bienes culturales".
* Este artículo apareció en la edición impresa de El País del martes, 20 de octubre de 2009
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