Estos andurriales del sur de Madrid hace años que perdieron su
aspecto antiguo. Por la carretera de Andalucía pasó Alfonso XIII, camino
del exilio, y los falangistas transitaron por ella portando a hombros
el cadáver de José Antonio que trasladaban desde Alicante hasta el Valle
de los Caídos. Entonces San Cristóbal no era San Cristóbal y nadie pudo
salir a la carretera a ver la comitiva porque nadie vivía aquí. Y los
que trabajaban es posible que no quisieran.
En San
Cristóbal había un vivero, donde ahora está el parque, y una fábrica de
ladrillos cuya chimenea aún luce como monumento del barrio. Mi padre,
desde sus ochenta años, recuerda en las reuniones familiares anécdotas
de aquellos tiempos, lo hace de manera amena y sin nostalgia. Nació en
Villaverde y le ha tocado vivir tiempos duros, sus recuerdos no
pretenden nada, ni aclarar ni entristecer. Yo los recojo porque me
parecen merecedores de ser contados. Dice que la chimenea de San
Cristóbal se construyó en 1907. En 1907 nació una tía suya llamada
Rosalía, por eso puede situar el año con precisión. La chimenea era
parte de una fábrica de ladrillos llamada La Nora; la arcilla para cocer
los ladrillos se extraía al lado mismo por lo que a esa zona la
llamaban “el barrero”, palabra derivada de barro.
El
tren ha pasado por San Cristóbal desde siempre, la compañía que lo
regentaba se llamaba “Ferrocarril Madrid-Cáceres-Badajoz”; el día que se
proclamó la República los obreros que trabajaban en los talleres de
esta compañía y que aún siguen en su sitio, salieron a unirse con los de
la fábrica de ladrillos: La Nora. Todos juntos marcharon por el camino
de la cañada hasta Villaverde. El camino de la cañada es el actual
trecho que va por detrás del HiperSol y está medio abandonado. Llegaron a
Villaverde, a una fábrica desaparecida: Mármoles Molinero, después
Mesae, ahora están construyendo pisos. Por la Avda. Real de Pinto fueron
a parar a a una fábrica de harinas, donde después estuvo Giral Laporta.
Los trabajadores de estas fábricas junto con los de Requena, María Paz,
donde después se situó Barreiros, se fueron en celebración hasta la
Plaza Mayor de Villaverde y allí cantaron la Internacional. Aquella
fecha, 14 de abril de 1931, fue un día de fiesta. Los trabajadores de
San Cristóbal fueron los primeros en salir a celebrar aquel día
memorable, la proclamación de la 2ª República.
En el
año 32 ó 33 hubo una huelga de la construcción, los trabajadores de La
Nora la secundaron. Los sindicatos eran fuertes, tenían una caja de
resistencia y eran capaces de pagar a cada obrero por cada día perdido,
cinco pesetas. No obstante la patronal contrató obreros bajo cuerda. A
estos obreros, contratados en tiempos de huelga, se les llama esquiroles
y siempre han estado mal vistos porque rompen las huelgas. Francisco
Vaquero era uno de los huelguistas, andaba por el camino de la Cañada,
supone mi padre que muy enfadado por la contratación de esquiroles. En
el camino se encontró con una pareja de la guardia civil, ni corto ni
perezoso se fue hacia ellos y les quitó los fusiles. Los dos guardias
quedaron allí desarmados y él con los fusiles se dirigió a La Nora y
expulsó a los esquiroles. Reavivó la huelga y aquella fue una victoria
de los trabajadores. Francisco Vaquero si no una calle merece un
recuerdo.
Ya en plena guerra civil lo que ahora es
San Cristóbal quedó en manos de los Nacionales, subieron una metralleta a
lo alto de la chimenea y desde allí tiroteaban a la población de la
zona republicana. Tenían gran peligro los que trabajaban en las huertas
colectivizadas de Villaverde Bajo, a orillas del Manzanares. De hecho
mataron a un trabajador llamado Julio Pereiro y a alguno más.
Madrid era zona republicana y para defenderse tenían un cañón dentro del estanque del Retiro, que habían desecado. Este cañón era del calibre 15 y lo llamaban “el
abuelo”. También en Méndez Álvaro, en lo que era unos depósitos de
CAMPSA vacíos, había instalado armamento. Un día, desde el Retiro y
desde Méndez Álvaro, apuntaron a la chimenea de San Cristóbal y no
dejaron de disparar hasta que la acertaron. La chimenea quedó partida
por la mitad.
Acabada la guerra, Félix, el carbonero,
y su hermano el Monín, la reconstruyeron. La dejaron como es
actualmente, más baja que la original. A este Félix lo conocí cuando de
niño me mandaban a su carbonería, era muy canoso, siempre vestía un mono
azul. A su puerta había una piedra redonda de granito en la que se
sentaba por las tardes. El olor a carbón y leña seca no lo he olvidado,
su gran romana, las paredes renegridas y desconchadas… Cuando iba a por
carbón no podía figurarme que aquel hombre era el reconstructor de todo un monumento: la chimenea de San Cristóbal.
Este artículo apareció en la Revista "El Colegial", 2006
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